Un sombrero de copa y unas medias con liguero que suben hacia los muslos desnudos dejando entrever los sueños eróticos de un instructor que se aboca hacia el desastre ética. El humo del cabaret, «El ángel azul», y las sombras hacen el resto. Lola-Lola consiguió relucir en el ámbito. Y empezar a ofrecer que charlar, a asombrar al planeta a lo largo de 4 largas décadas. Nos encontramos en 1930 y muy escasas actrices se atrevían a mostrar sus piernas. Mas Marlene Dietrich sí. No en balde uno de sus primeros trabajos fue llevar a cabo propaganda de medias. Con aquellas piernas que años después fueron llamadas «las piernas más perfectas de todo el mundo» y aseguradas en un millón de dólares estadounidenses.
Las piernas más perfectas de todo el mundo
Marlene se atrevió con todo o bien prácticamente todo y para eso tuvo una intención de hierro y ningún temor a nada. Desde el momento en que dejó aparcada su principiante carrera como concertista de violín, se dedicó de lleno a estudiar a ser una estrella y a cultivar una imagen que manejó férreamente. Al coste que logró falta.
Modeló su rostro con aplicación genuinamente germana, un rostro precioso, mas regordete, como el resto de su figura, solo medía 1,65. Detestaba su nariz eslava, que la parecía grande y un poco desparramada y respingona y sus biógrafos afirman que ahora en el verano de 1929 se realizó la cirugía estética. Mas Marlene no podría haber sido el icono de la tendencia de los 30 y los 40 que fue si el destino no hubiera puesto en su sendero a Josef Von Sternberg.
Sucedió una noche de septiembre de 1929, en el momento en que la actriz pisaba las tablas del Berliner Theater en un pequeño papel, con una comedia musical llamada «Dos corbatas». El director procuraba una exclusiva cara y en relación la vio supo que había encontrado a su musa. Desde entonces, la fusión personal y profesional de los dos se extendió una vida.
Una actriz camaleónica
Tras rodar juntos «El ángel azul», -que prohibiría en 1938 el régimen nazi- Hollywood les aguardaba con los brazos libres. Rodarían para la Paramount «Marruecos». Ahí empezó la enorme transformación de Marlene. Sternberg la logró bajar de peso siete kilogramos en tres semanas con un estricto régimen y ejercicio, y cinceló su rostro con el arma más vigorosa de un cineasta: la luz. Dos datos escenciales acompañaban la maestría de la iluminación en todos y cada escena de la película. El maquillaje fue aprensivo. Sternberg enseñó a Marlene a maquillar su nariz con una pintura plateada en el centro. Justo ahí incidiría un pequeño foco puesto sobre la cabeza de la actriz. Nuestra Marlene, contaba que «fue como un milagro, había achicado una tercer parte la anchura de mi nariz».
La mirada, esa caída de párpados que la hacía enigmática, inescrutable, inalcanzable como una diosa y una cejas dibujadas en una muy fina línea con lápiz
Aprendió aún más misterios de maquillaje. Entre otras cosas, que manteniendo un pequeño plato sobre una candela encendida se formaba una cubierta de hollín, y que al entremezclarlo con lanolina o bien aceite, se lograba una sombra de ojos. La usó a lo largo de varios años, más intensa en el borde de la pestañita y suavizándola mientras se aproximaba a la ceja. Sternberg, además, la logró pasar otra vez por el quirófano para extraerse las muelas del juicio, lo que afinó el óvalo de su cara y resaltó los pómulos. Y el último paso: la mirada, esa caída de párpados que la hacía enigmática, inescrutable, inalcanzable como una diosa y una cejas dibujadas en una muy, muy fina línea con lápiz. El mito ahora se encontraba desarrollado. Mas el mito, , aprendió varios trucos más y sabía muy bien cuáles eran sus pretenciones, transformadas ahora en demandas en el plató en el momento en que rodaba con otros directivos. Entre otras cosas, un foco primordial puesto a dos metros y medio sobre y un tanto a la derecha. Según contaba Wally Westmore, maquillador de la Paramount, «Esto creaba huecos bajo las cejas y de los pómulos y le daban un aspecto de estatua. Jamás rodaba sin ese foco». Marlene hacía ubicar un colosal espéculo con la cámara para cerciorarse de que el foco se encontraba muy bien puesto. ¿Cómo lo sabía? En el momento en que veía reflejada en el espéculo una pequeña sombra con apariencia de mariposa bajo su nariz. Se transformó en una especialista en la iluminación, tanto, que cuentan quienes trabajaron con que le alcanzaba lamerse un dedo y levantarlo hacia el foco primordial para corroborar, por el calor que manaba, que se encontraba a la distancia impecable de su rostro.
Marlene se transformó en un icono popular bastante antes que ninguna otra actriz de la época. Y bastante se lo debía a uno de los especiales diseñadores de los 30, Travis Banton. Banton empezó haciendo un trabajo en Novedosa York para la sastre Madame Frances, cuyos espectáculo rooms acogían a las más selectas clientas de la alta sociedad neoyorkina. En 1919, la actriz Mary Pickford escogió en esta firma su vestido de novia para su boda con otro actor, Douglas Fairbanks. Y ese vestido se encontraba diseñado por Travis Banton. Desde ahí su popularidad empezó a medrar y poco tiempo después, en 1924, fue contratado en única por la Paramount. De son los diseños que Marlene lució en el «Expreso de Shangai», diseños llenos de fantasía para hacer un personaje fuera de lo terrenal.
Diseño de Travis Banton para la película «Expreso de Shangai»
Banton empleaba tejidos velados, envolventes, multiplicidad de gasas, pieles de zorro rojo, encajes, y hasta un vestido confeccionado con 1.000 metros de plumas negras. Hubo otras películas »Capricho imperial», «El demonio es mujer»- en las que Banton destiló lo destacado de su imaginación para vestir a una genuina «femme fatale», a una diosa que podía pasar hasta sin reposar con tal de ofrecer con la forma precisa de ponerse un sombrero. Era una perfeccionista.
La diseñadora Edith Head tenía un trabajo de ayudante de Banton en esa época y en sus memorias contaba que en el rodaje de «Deseo» en 1936 la hacía trabajar hasta treinta y seis horas consecutivas «probando docenas de sombreros, cambiándolos, sacando plumas de uno y probándolas en otro, arrancando un velo o bien un ala, modificando cintas y nudos. Por último, lográbamos lo que deseaba.»
Tras Banton, años después, otro diseñador ayudante por su parte de Banton- crearía para Marlene una especide de desnudez vestida que la proporcionaba el aspecto de una estatua viviente: Jean Louis Berthault, ganador de un Oscar al diseño de vestuario del largometraje «Un Cadillac de oro macizo» en 1956 y catorce ocasiones nominado. Jean Louis, que trabajó para Columbia y después para la Universal, fue elegido por la actriz para los diseños que lucía en sus actuaciones fuera de la pantalla, en el momento en que arrastraba su ronca voz, que enfervorizaba a sus fanáticos, y cantaba en espectáculos concebidos solo a su más grande gloria, en teatros de todo el planeta y hasta en los niveles de Las Vegas.
Posado del año 1940.
Los trajes, confeccionados con los tejidos más espléndidos, gasas, lamés, cuajados de bordados de piedras, refulgentes, comunmente en color carne, nude, ajustaban como una segunda piel la silueta de Marlene. Eran refinados, mas al unísono con un toque algo barroco cargado de sofisticación. Y dejaban entrever su anatomía, en un juego cargado de erotismo. No en balde, Jean Louis diseñó dos de los trajes más conocidos de la crónica de los mitos sexuales del siglo XX: el de satén negro que lucía Rita Hayworth en «Gilda» en el momento en que se desvestía lentamente de sus guantes y que muchos quebraderos de cabeza dio a la censura franquista, y el que lució Marilyn Monroe en el momento en que le cantó a John Kennedy el más popular «happy birthday» de siempre en 1962 sobre el ámbito del Madison Square Garden.
Marlene se encontraba alén de la tendencia. «Me visto por mi imagen. No para mí, no para el público, no por la tendencia, no por los hombres», ha dicho. Su hija María Riva además lo contó en sus memorias: «Mi madre odiaba la tendencia como inclinación, mas adoraba eso que se denomina estilo. Prefería la tendencia sobre todas y cada una de las tendencias. jamás se dejó llevar por un vestido. Era quien llevaba la ropa de los genios de la enorme costura. Y no del revés. Llegó a ir más allá: alteró o bien corrigió cortes o bien formas y colores que no le mejoraban…»
París era su destino recurrente en el momento en que deseaba ocupar su armario más personal. Lanvin, Lelong y Vionnet fueron tres de sus diseñadores preferidos. Mas el que más la atrajo fue Dior. Fue clienta suya desde el momento en que abrió «La Maison» asistió a su primer desfile el 12 de febrero de 1947- y desde ese momento no dejó de confiar en . Tanto es de esta forma que en 1950, en el momento en que preparaba con Alfred Hitchcock el rodaje de «Pánico en la escena» impuso que su vestuario fuera diseñado por Dior. O bien no haría la película. Fue un ultimátum que lanzó con una cita que logró historia:
«No Dior, no Dietrich».
Diseño de Dior para la película «Pánico en la escena»
Y de nuevo se salió con la suya, ocasionando además un inconveniente con la co personaje principal de la película, Jane Wyman, porque el couturier solo se encontraba entusiasmado en vestir a Marlene que en aquella época era ahora todo un líder de distinción y estilo, y no a Wyman, lo que provocó los celos de esta y dio a Hitchcock más de un problema realmente grave. Sin embargo, el director aprovechó la coyuntura para impulsar el combate que los dos individuos femeninos tenían en el razonamiento de este thriller.
Diseño de Chanel para la película «Campeones o bien vencidos»
Marlene lució además diseños de Chanel numerosos trajes con pantalón- y Balenciaga. De he hecho entre los vestidos negros que luce en «Campeones o bien vencidos» era del diseñador easonense, aunque el resto del vestuario de Marlene lo firmó su adulado Jean Louis. jamás dio «puntada sin hilo» y cuentan que era con la capacidad de supervisar cada hilo y cada puntada que se daba en sus ropas, todas y cada una, naturalmente hechas a la medida para acentuar lo destacado de su anatomía, en los cánones estéticos de la época: hombros anchos las hombreras era imperdonables en prácticamente cualquier parte- y cinturas muy angostas y marcadas.
El estilo andrógino versus la acentuación de la feminidad
No hay dudas que la Dietrich encarnó el criterio estético de una época y que supo unir con maestría la imagen de una mujer irreal -vestida con la imaginación portentosa de Banton y de una feminidad extrema- con el estilo andrógino que levantó polémica y se adelantó a su época. La equívoca sexualidad de la Dietrich fue otra de sus armas con las que llegó al estrellato. Enfundó sus reconocidas piernas en pantalones masculinos y logró llevarlos a la calle. En los años 30 ninguna mujer osaba ponerse un par de pantalones públicamente ni muchísimo menos vestir con un traje de corte masculino. Mas sí.
Enfundó sus reconocidas piernas en pantalones masculinos y logró llevarlos a la calle.
En el momento en que llegó, dentro del buque «Bremen» en 1930, a USA para rodar con la Paramount «Marruecos», no vaciló en presentarse frente a la prensa que la aguardaba a los pies de la escalerilla del barco con un traje sastre blanco, chaqueta con hombreras y pantalón de marcadas pinzas. Una boina que había puesto popular Greta Garbo- completaba el look, considerado provocativo y excéntrico. Justo lo que pretendía. Una imagen trasgresora, europea y con un cierto añadido bohemio.
Marlene añadió además dos complementos chocantes para la época: corbata y zapatos Oxford. Usó muy comunmente el sombrero masculino, ladeado, tapando un tanto el ojo y combinó las corbatas con pajaritas y chaquetas de tweed. Y llegó más lejos aún al vestir trajes totalmente masculinos, sin afinar, del sastre alemán Knize, el favorito de los dandies de esos años en Europa. Además Elsa Schiaparelli diseñó trajes masculinos (y distintos sombreros) para .
Marlene Dietrich con Gary Cooper.
Lució durante cincuenta años, con particular encanto, el frac y el sombrero de copa. De este modo aparecía en una escena de «Marruecos» con Gary Cooper- donde cantaba en un café una canción y besaba a entre las espectadoras con un frac asistió al estreno en Hollywood de «El signo de la cruz» en 1932. Era entre las prendas ireemplazables en sus espectáculos en el momento en que dejó la pantalla y solo hacia giras musicales por teatros y casinos, ahora en la década de los 60. Hasta se atrevió, eso sí en la pantalla, a embutirse en un traje militar, de marino, en la película «Seven sinners» (De isla en isla) donde daba vida a una artista de cabaret conjugando otra vez la imagen hot con la andrógina. No fue la única ocasión en que se vistió con ropa militar. Además lo logró, en esta ocasión con el traje estadounidense, a su vuelta a Alemania tras la Segunda Guerra Mundial.
Con un traje militar.
Prontísimo, las mujeres americanas adoptaron este «estilo Dietrich». No solo las actrices, como Katherine Hepburn se sintieron identificadas con una moda que aparte de ambigüedad exudaba tranquilidad. Todas y cada una deseaban un traje y sastre y empezó la producción en serie; la industria textil había encontrado un filón y los pantalones se hicieron dueños de las piernas de las mujeres de la mitad del planeta. Marlene había desarrollado moda y había dado, quizá no de una forma consciente, un paso hacia la liberación de la mujer, siendo algo heredera de las «garçonnes» de los años 20 que rompieron con timidez con el criterio clásico de los permisos femeninos.
Marlene Dietrich con traje masculino.
El estilo masculino de la actriz berlinesa ha influido durante la crónica de la tendencia. Yves Saint-Laurent recogió su predominación en una compilación única, «Le smoking» en 1966, en el momento en que volvió a vestir a las mujeres con esa prenda esencialmente masculina, dotándola de un aire andrógino que al unísono formaba un símbolo de independencia femenina. Ralph Lauren examinó además la iniciativa, en 1977, en el momento en que diseñó los trajes para la película «Annie Hall», interpretada por una actriz llena de estilo propio, Diane Keaton y devolvió a la calle la tendencia de los trajes y prendas diseñadas para hombres llevadas por mujeres independientes y poco comúnes.
Genio y figura
Marlene abandonó pausadamente la pantalla aunque siguió sus actuaciones en los teatros. Era ahora la década de los 70 y los años no habían pasado en balde, aunque deseaba continuar siendo exactamente la misma. Con su férrea especialidad, lograba manifestarse sobre el ámbito con exactamente el mismo estilo, su encanto de siempre, con vestidos ajustados hasta el máximo. Tanto que diríase que se hacía coser los trajes sobre su cuerpo y estaban tan ajustados que solo la dejaban ofrecer pequeños pasitos y dos asistentes debían trasladarla del camerino al ámbito porque no podía andar sola.
En el primer mes del verano de 1972, con uno de esos vestidos lleno de pedrería y unos altos tacones, perdió la estabilidad y cayó, haciéndose numerosas lesiones. No fue el único incidente. Por año siguiente tuvo otro, más grave, al caer al foso de la orquesta. No permitió en que nadie la viese ni que la trasladaran al hospital sin antes cubrirla con una manta, porque su vestido se encontraba rasgado y dejaba entrever un corsé de gomaespuma que afinaba su silueta. Se hirió dificultosamente en una pierna. Aún de esta forma volvió a los niveles hasta el momento en que en 1975, en Sidney, se desmayó y se fracturó el fémur izquierdo. Desde 1976 se recluyó en su casa parisina, apartada de todo y de todos.
Mas incombustible, -y tentada por la bonita proporción de 250.000 dólares americanos por dos jornadas de trabajo- aún se puso enfrente de la pantalla por última vez en 1978 en el largometraje «Prostituto» con David Bowie. Y leal a sí, a sus 77 años, diseñó para su corto personaje, su vestido falda y chaqueta negra, blusa de seda blanca y guantes blancos- y un sombrero además negro con un ala muy ancha y un velo estratégicamente ubicado que le proporcionaba su enigmático aspecto aún en la vejez. Para esta última aparición, y ya que no veía ahora bien, puso su rostro en las manos de entre los más destacables maquilladores actualmente, Anthony Clavet que logró que Marlene prosiguiera siendo Marlene.
A sus 77 años, en el largometraje «Prostituto».
La Dietrich fue siempre leal a su imagen, a su estilo, no lo traicionó jamás y marcó inclinación. Fue sepultada, como contó su nieto Pierre Riva, con una blusa de seda blanca, pantalón negro y chaqueta así como había dejado preparado. Tenía 91 años.
Mas aún prosigue muy viva en el planeta de la tendencia. Sus trajes fueron donados, y se tienen la posibilidad de ver en el Museo del Cine de Berlín. Una compilación de 3.000 vestidos y 400 sombreros, nada menos, que engloban 4 décadas popular de los especiales diseñadores. Este año 2012, en el spot del perfume Jadore, protagonizado por Charlize Theron, Marlene volvía con su icónica imagen de frac y sombrero de copa, que hasta Madonna ha recreado a veces. Además está que se encuentra en la exposición que se expone hasta el próximo 23 de septiembre en el Museo Dior de Granville, llamada «Stars en Dior, de l\’écran a la ville» que hace un paseo por las estrellas del séptimo arte que han vestido con los diseños del couturier francés.
Lily Marlene, discutida, criticada y querida a un tiempo, y siempre libre, jamás dejará de susurrarnos al oído, cigarrillo en mano, como entre los iconos más poderosos de siempre.
Christian Dior (Marca)
Chanel (Marca)