El día siguiente a la boda es un instante decisivo para los recién casados, un puente entre el bullicio festivo y la intimidad del inicio compartido.
Tras la algarabía de los invitados y la resistencia marcada al compás del último vals, se abre el telón de la noche nupcial, ese rincón para dos donde el mundo se detiene.
En caso de que los votos matrimoniales no hayan sido declamados frente a la multitud, este alegre instante es el espacio perfecto para murmurarlos con la complicidad de la privacidad.
La promesa de un futuro a dúo inunda con ternura el corazón al entregar esas cartas plagadas de caricias en letras, portadoras de pensamientos enamorados.
Es una tradición bien arraigada seguir el hilo de la fiesta con un tornaboda, ya sea inmediatamente después de la recepción o al día siguiente, permitiendo así tanto a los novios como a los invitados recobrar el aliento y trocar el ropaje formal por vestimentas más cómodas.
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